viernes, 8 de agosto de 2008

La "Tia Terreta"

Hunde el pie en el charco y resbala dos palmos sobre el barro. No lo había visto. La niña detiene la carrera de manera brusca. Tan rápidamente que dos trenzas rubias rebotan por encima de sus hombros. El otro pie también patina sobre el barro. La niña levanta los brazos y los balancea como un columpio para recuperar el equilibrio. Demasiado tarde. La calle gravita a su alrededor. En su mente centellea el miedo como un latigazo: caerá sobre el barro con la ropa nueva. Aprieta los dientes y se concentra en las rodillas. Las flexiona levemente. Una pared se desliza por un costado hasta detenerse ante sus ojos azules. Los talones han tomado contacto con tierra firme.
Una taza de desayuno tiemble en su mano. La niña suspira profundamente. Aliviada, dejando entrar el aire fresco en sus pulmones. Se da cuenta que prácticamente no había respirado desde que comenzó a correr tres calles más abajo. Le falta la cuarta. La última. Ha de darse prisa. Están a punto de abandonar el pueblo. Coge aire por segunda vez y retoma la carrera.
No está cansada. Tiene ocho años y corre con agilidad por las mismas calles que ha recorrido miles de veces. Por encima de ella discurren peligrosamente los cables eléctricos que alimentan las bombillas. Algunas empiezan a alumbrar aquí y allá. Tímidamente. Es media tarde de Agosto y la tormenta ha descargado con fuerza. Los últimos jirones de nube abrazan el pico del Montdúver absorbiendo la luz y acelerando la noche.
La niña alcanza la última esquina y entonces los ve. Él tira de la mula y ella va subida al carro, si es que aquello podía llamarse carro. Habían unido dos ruedas a un cajón de madera que padecía el mismo raquitismo que la mula que lo arrastraba.
-Terreta!- grita el hombre.
La niña se acerca con miedo. Recuerda como los mayores hablaban de aquella mujer – “Tota flaca, Quatre péls, dos barracos i més merda que un palo gallinero”.
Vivía en una cueva entre Nazaret y Beniopa, y de allí obtenía la tierra caliza que vendía a modo de jabón para que las mujeres pudiesen limpiar las paellas y calderos. Hija de la miseria y la posguerra, era el rutinario blanco de burlas de ambos pueblos.
-Quant vols? – pregunta a la niña mientras su marido las contempla en silencio.
- Un “gallet”- responde.
La tia Terreta introduce un pequeño bote de leche condensada en un saco y lo mide hasta el borde. Después vierte el contenido en la taza de la niña.
La chiquilla paga con su moneda a aquellos ojos sin párpados. Da dos pasos hacia atrás. Vira sobre sí misma. Aprieta la taza contra su pecho y arranca una carrera con más furia que la anterior.
Mientras corre puede oír gritar a una vecina:
-Colló Terreta! Es que no tens casi péls!
-Pues els tincs tots en la Chona!

4 comentarios:

Swan dijo...

Beniopa. Años 50

Yovana dijo...

y mucho espiritu Burguera!! jajajaja

Swan dijo...

Mira que si la tia terreta es el eslabón perdido del espíritu Burguera...
TROBALLA!

Yovana dijo...

Primo, NO HAY ESLABÓN PERDIDO en los Burguera... afortunadamente, estamos todos juntitos!!

Viva Kevin!!